PINTURA DEL SIGLO XX EN FRANCIA, BÉLGICA, ESPAÑA E ITALIA
MORANDI, Giorgio (Bolonia, 1890 - Bolonia, 1964)
Naturaleza muerta
1948-1949
Óleo sobre lienzo, 26 x 35 cm
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza
Fruto de uno de los momentos más felices del arte morandiano —el artista conquista precisamente en 1948 el Gran Premio de Pintura en la Bienal de Venecia—, esta Naturaleza muerta se sitúa como obra ampliamente representativa de su plena madurez.
Esta composición, compuesta por siete objetos —con la cuadrada «botella persa», amarilla, en primer plano— fue afrontada por el artista con particular interés, hasta el punto de que el catalogue raisonné recoge cinco variantes de esta obra, tres atribuidas a 1948 y dos a 1949 . Sin embargo, ninguno de estos óleos está fechado y resulta muy difícil establecer con certeza el año de ejecución; aún más, a mi modo de ver sería más correcto reagruparlos todos en un solo conjunto homogéneo y coetáneo, del que esta pintura, en su día perteneciente a la importantísima colección de José Luis y Beatriz Plaza, y aquella otra, tal vez más cerrada y compacta, del Kunstmuseum de Winterthur, representan las obras más notables y celebradas.
El neto carácter morandiano de la pintura resulta evidente en primer lugar por la linealidad de la composición, en la que toda forma, incluso aquellas movidas y articuladas en su individualidad, contribuye a determinar la forma complexiva del conjunto; una masa rectangular definida según claras coordenadas espaciales. Otro elemento que se debe subrayar es la elección de los «modelos» que se cuentan entre los preferidos por el artista: en efecto, se pueden reconocer, en segundo plano, la gran jarra roja oscura, con el asa pintada de blanco y el alto jarrón de cristal con su largo cuello azul; mientras que en primer plano, además de la botella persa, como siempre dueña de la escena, resaltan la azul turquesa de cuello blanco-cal y la todavía más límpida botella redondeada puesta a la derecha, como tercer elemento del proscenio.
Finalmente se puede advertir la gama de colores, todos comprendidos entre los matices del beige-miel y las profundas resonancias del gris —los dos tonos predominantes en toda la búsqueda cromática morandiana— con las tres manchas vivas en primer plano.
La composición anticipa una instalación que volveremos a encontrar a menudo en 1954-1955 y casi parece representar un primer momento de estudio en el pormenorizado análisis que el artista dedica a la creación de una forma compuesta y concentrada, incluso en la singularidad y en el movimiento de cada uno de los elementos que la componen. Los modelos en segundo plano se acercan y se tocan casi hasta confundirse unos con otros (salvo aquel espacio vacío que se abre entre los dos jarrones altos y oscuros de la derecha, y que crea una nueva forma totalmente ilusoria, pero al mismo tiempo, nítida y presente visualmente). El segundo plano se ofrece, pues, a nuestra mirada como silencioso back stage sobre el que resaltan los tres objetos protagonistas, que se pueden leer también como formas recortadas e inmersas en una luz lacticinosa, pero envolvente y cálida, que las nutre y las hace emerger de lo indiferenciado.
Marilena Pasquali
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