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Allá, enseguida lo metió en su laboratorio, y le robó todas sus canciones.
Un día, estaba el príncipe sentado, olvidado de todo, metió su mano en el bolsillo. Miró, y vio a la princesa, que lloraba sin cesar. Entonces lo recordó todo: recordó quién era, lo que había abandonado; su voz y su princesa. Y en ese instante se asomó a las ventanas de la fortaleza y comenzó a cantar... Cantó y cantó, hasta que su voz llegó en el viento hasta la princesa, que llevaba vagando años y años en busca de su amado... Pero lo difícil era entrar en el carromato. Nadie podía entrar, si no era por expreso permiso de la hechicera. Pero entonces, recordó que tenía la manta invisible. Así es que esperó a uno de los carros que entraban en la fortaleza con alimentos para el gran mantel rosa de la hechicera. La princesa se cubrió con la manta y se subió al carro de los jamones. Así confundida con ellos, llegó hasta las cocinas. El príncipe la veía, a pesar de la manta, por el espejo invisible. Siguió y siguió cantando, hasta que la princesa encontró la celda donde lo tenía prisionero.
Todos partieron de regreso al reino. Al poco, la princesa y el príncipe se casaron. Y a la boda asistieron todos los músicos y cantantes rescatados del castillo de la hechicera. Todos tocaron lindas músicas que, en la celebración bailaron y bailaron la princesa y el príncipe hasta caer rendidos... Y dice la historia que tuvieron un hijo que fue gran músico y balarín... Y que el campesino fue su representante... Y que los músicos se quedaron con el laboratorio de la hechicera, donde grabaron muchos discos, para poder venderlos en todo el mundo y repartir a los artistas equitativamente las ganancias.... Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. |
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