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Cuentacuentos
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El campesino entendió que era el momento de contar al príncipe su verdadero origen...

  • Es hora de marcharte, le dijo. Tendrás que huir, pues la hechicera sin duda habrá escuchado tu voz y vendrá a arrebatarte. Pero toma, llévate esta manta mágica. Perteneció a mi mujer, que era la mejor maga de la región. La manta te hará invisible cuando te cubras con ella.
Y en un gran abrazo se despidieron. Y el muchacho se unió a un grupo de saltimbanquis. Pero, fingiéndose mudo, les pareció gracioso que sirviera como arlequín en su comedia dell´Arte, y se lo llevaron consigo.

En uno de los viajes, montaron en una barca para cruzar un río. Una anciana que estaba allí, cuidando de su nietecito, que no se podía dormir. Lloraba y lloraba, mientras su abuela lo acunaba entre sus brazos. El príncipe sintió tanta pena por el niño y por la anciana, que le pidió se lo dejara y, tomando al niño en sus brazos, le cantó una nana: "De mi reino de silencio me marché..." Hasta que el niño se quedó totalmente dormido. La viejecita, agradecida, le dijo: "Hijo mío, veo por tus modales que no eres simple saltimbanqui. Aunque soy vieja, aún me quedan poderes de cuando fui maga: Escucha, por haber dormido a mi niño con tu nana, te concedo que el primer deseo que tengas, se cumplirá.

Al poco llegaron a una ciudad que estaba en fiestas. Enseguida montaron su pequeño teatrino, y empezaron a anunciar por toda la ciudad su actuación de por la noche.

Estando recorriendo la ciudad, vio un precioso cartel que anunciaba una gran corrida de toros para esa tarde. Siguió caminando, y llegó a los campos de olivos, a las afueras del pueblo.

En ese momento, decidió sentarse a descansar. Estaba descansando cuando escuchó hablar a dos mujeres: Era una hermosa muchacha con su madre:

  • Hija, una princesa como tú no debería casarse con el mejor torero de toda la historia
  • Pero yo no lo quiero, madre, es fatuo y prepotente. Yo sólo quiero a un hombre que no sea fanfarrón. Que sea sencillo, y me haga danzar con su amor. Sabes que lo que más amo en esta vida es danzar con música de ángeles.
  • Pues deberás casarte, Mudinda. Deberás casarte con quien yo te diga.
Estaban así hablando, cuando se oyeron gritos de : ¡Se ha escapado un toro! ¡Socorro, socorro, va hacia los olivos!

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