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Cuentacuentos
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Todo el mundo corría, y el animal, desbocado mugía dando cornadas a diestro y siniestro. De pronto, la princesa y su madre lo vieron acercarse. Mudinda se quitó el mantón rojo y, con gran destreza, empezó a torearlo. Pero el animal la embestía una y otra vez. ¿Y el torero? ¿Dónde está el torero? - gritaba la gente. Pero el torero había estado bebiendo con sus amigos y en ese momento estaba durmiendo la siesta. La princesa veía que ya no resistiría más. Entonces, el príncipe, saliendo de entre los olivos, comenzó a cantar. Su voz era tan candorosa, tan poderosa y a la vez tan cándida, que el animal se lo quedó mirando embelesado y, ante el estupor de todos los presentes, fue caminando hasta él, le lamió la mano y se tumbó a sus pies como un cachorro.

Todo el mundo quedó admirado por lo que acababan de ver. La princesa se acercó al príncipe-arlequín y le preguntó quién era.

  • Sólo soy un pobre saltimbanqui, alteza-dijo el príncipe. -Quizás os plazca venir a ver nuestro teatrino esta noche.
Y así fue. Pero la hechicera había ido escuchando los cantos del príncipe:

Había escuchado la nana en el barco, y ahora estaba muy cerca de aquella feria, con lo cual, su casa giratoria se dirigía cada vez más deprisa hasta aquel lugar.

A la princesa le encantó el teatro. Porque, por su amor, el príncipe había cantado su linda canción: "De mi reino del silencio me marché..."

Al acabar la princesa lo invitó a su carromato a cenar: Él, entonces le contó toda su historia. Comenzaron a darse cuenta de que se estaban enamorando.

  • Toma, dijo la princesa. -Esta mañana me has salvado la vida. Quiero regalarte este espejo mágico. En él siempre aparece mi imagen, allá donde yo esté en cada momento. Si lo miras, verás lo que estoy haciendo.
  • Yo también te quiero regalar algo-dijo el príncipe-: Toma esta manta mágica. Te hará invisible donde quiera que te la pongas.
Y se despidieron. Cuando el príncipe volvía a su casa aquella noche, la hechicera lo raptó en su casa giratoria, y se lo llevó a su castillo.

Allá, enseguida lo metió en su laboratorio, y le robó todas sus canciones. Un día, estaba el príncipe sentado, olvidado de todo, metió su mano en el bolsillo. Miró, y vio a la princesa, que lloraba sin cesar. Entonces lo recordó todo: recordó quién era, lo que había abandonado; su voz y su princesa. Y en ese instante se asomó a las ventanas de la fortaleza y comenzó a cantar... Cantó y cantó, hasta que su voz llegó en el viento hasta la princesa, que llevaba vagando años y años en busca de su amado...

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